Es difícil hablar de uno mismo sin que acabe inflándosele el ego por lo que voy a tratar de ser honesto y aportar los datos más objetivos, aquellos que no admiten matices ni discusiones.
Nací en Madrid un 26 de octubre de 1969, según dicen mis padres (disculpen que yo no lo recuerde) en la maternidad de O’Donnell. Después de una corta estancia en Madrid, en el barrio de la Arganzuela, a los seis años me trasladé a vivir al lugar que considero con cierto orgullo mi patria chica: Alcorcón, donde he residido durante 29 años. Tras todo ese tiempo cogí mis trastos y me mudé aunque, por suerte, no he ido a parar muy lejos. He trasladado mi domicilio al vecino municipio de Móstoles. Será eso de que la tierra tira.
Nunca me he sentido eso que llaman "escritor de raza". Podría decir, como sería de ley y quizá se espere de mí, que nací escritor, que siempre lo he llevado en la sangre y que mi vocación fue temprana. Mentiría. Sí es cierto que siempre he tenido querencia hacia el hecho de narrar, de inventar historias y de plasmarlas, pero, en su momento, nunca pasó de ser una mera afición. Mi verdadera vocación fue la informática, profesión a la que he dedicado cerca de veinte años. Durante todo ese tiempo, mi interés por escribir siempre permaneció ahí, en estado latente. Redactaba pequeños textos, vanos intentos que siempre acababan -y ahí siguen- almacenados en lo más recóndito de mi disco duro (Desengáñense. Con la llegada de la informática, el famoso "cajón del escritor" ha pasado a ser un mero eufemismo. Ahora muy pocos usan un cajón), pero nunca con un excesivo interés en explotar mi vena creativa de cara a los demás.
Esa situación cambió en mayo de 2002.
Por una serie de circunstancias que no vienen al caso, decidí que mi vida necesitaba dar un giro de 180 grados. La informática, mi pasión durante tantos años, comenzaba a hastiarme. Tomé la -acertada, creo- decisión de recuperar antiguas aficiones, plantearme nuevas metas que me ayudasen a salir del bache emocional y opté por recuperar dos antiguos retos: aprender a tocar la guitarra y volver a escribir, en esta ocasión, de forma continuada, seria y constante.
Y aquí estamos. Mi vida dio el giro que necesitaba, volviendo todo a la normalidad. Mis dos antiguos retos fueron plenamente recuperados, creo que con desigual fortuna (no sé si escribo mejor que toco o toco mejor que escribo o ni una cosa ni otra) y descubrí que escribir me apasiona mucho más de lo que hubiese esperado jamás.
Tanto que ya no quiero dejar de hacerlo. Nunca.
Por ese motivo, decidí probar suerte y lanzarme al vacío. Y lo cierto es que, a la vista del resultado, no puedo quejarme. Varias novelas publicadas, traducciones, participación en varias antologías, colaboraciones en prensa... Debe ser que, como dijo alguien, el éxito es de los valientes. O de los estúpidos. O de los valientes estúpidos. Quién sabe.
Pedro de Paz, octubre de 2009.